Queridos maestros

Queridos maestros: permitidme que me dirija a vosotros, ya sé que, tal vez, no sea quién para hacerlo, pero, desde el respeto y la admiración que os profeso, creo tener la suficiente fuerza moral para escribiros estas letras. Vuestra labor, aunque a veces dudéis de ello, es de las más reconocidas socialmente. Como padres, somos conscientes de que, con vuestra determinante intervención, la educación de nuestros hijos descansa sobre tres pilares fundamentales: la escuela, la sociedad y la familia. El hecho de que, durante mucho tiempo, se haya hablado del desprestigio de la función docente, ha sido, y es, en mi opinión, una atroz consecuencia de los paupérrimos valores que dominan la sociedad de la que todos formamos parte. En bastantes ocasiones un malsano orgullo, por parte de padres o madres, ha ocasionado enfrentamientos incomprensibles y, absolutamente, fuera de lugar: en cuestión de años se pasó del 'usted péguele a mi hijo si lo ve conveniente', al 'ni se le ocurra mirar con malos ojos a mi hijo'. En realidad, bajo mi punto de vista, se produjo, y continúa, un desenfoque respecto del verdadero significado de lo que ha de ser la Educación Primaria y Secundaria. En vuestras manos está el dar un viraje a esa dinámica para situarla allí donde siempre debió situarse, allí donde alumnos, padres, maestros y el conjunto de la sociedad, todos a una, tengamos muy claro que jamás desenfoque alguno, desuniones absurdas, protagonismos inconsistentes, puedan minar la moral de ningún miembro de ese concepto tan bello, y tan depravadamente pronunciado por charlatanes, como es la comunidad educativa de un centro, un pueblo o un país. Que nadie desvíe nuestra atención, un solo objetivo nos compromete a todos, las mejores condiciones para dar la mejor educación a nuestros hijos.

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