La imponente figura del toro de lidia se pasea por las obras de esta exposición, donde se destacan características como su bravura, pero también su dignidad, valentía y porte. Animal asociado a una cultura, a una tradición; su presencia se erige como homenaje a su importancia y reflejo en el mundo de la cultura y el arte. Se crea una compleja pero contundente silueta, donde la mancha, pero sobre todo la línea va conformando su altiva, pero a la vez noble figura. La línea cierra y delimita la figura, marcando el espacio, otorgando a los colores negro, albero y grana una importante carga simbólica. A través de casi cuarenta piezas, Nicolás de Maya nos muestra su particular visión del mundo que rodea al toro. Pintura, escultura, dibujos, grabados; todo se pone al servicio de una idea, mostrar la importancia de este noble animal. Cada una de las obras que conforman la exposición desarrolla una personal manera de representación del toro. El realismo deja una puerta abierta al concepto, explorando nuevas formas de expresión. De este modo nos encontramos con diversas formas de creación, quedando todas perfectamente conectadas en torno al eje vertebrador de la muestra. El toro, como figura solitaria con mirada penetrante, nos hace recordar los antiguos retratos de personajes ilustres. Un retrato que no cae en lo anecdótico ni costumbrista, sino que nos ofrece una perspectiva cargada de individualismos, en la cual el toro es centro absoluto del mismo. Su cabeza se convierte en rostro, donde sus intensos ojos parecen hablarnos de su historia, de su vida y de su muerte. Un alegato claro a la cultura que envuelve al mundo del toro de lidia en forma de arte. La línea que define la figura del animal, así como la trazada por su movimiento, van recorriendo cada tabla, cada escultura, esmalte o grabado. El color negro inunda la mayor parte de la exposición, haciéndonos recordar los versos de Miguel Hernández: “Como el toro, he nacido para el luto”.

La imponente figura del toro de lidia se pasea por las obras de esta exposición, donde se destacan características como su bravura, pero también su dignidad, valentía y porte. Animal asociado a una cultura, a una tradición; su presencia se erige como homenaje a su importancia y reflejo en el mundo de la cultura y el arte. Se crea una compleja pero contundente silueta, donde la mancha, pero sobre todo la línea va conformando su altiva, pero a la vez noble figura. La línea cierra y delimita la figura, marcando el espacio, otorgando a los colores negro, albero y grana una importante carga simbólica. A través de casi cuarenta piezas, Nicolás de Maya nos muestra su particular visión del mundo que rodea al toro. Pintura, escultura, dibujos, grabados; todo se pone al servicio de una idea, mostrar la importancia de este noble animal. Cada una de las obras que conforman la exposición desarrolla una personal manera de representación del toro. El realismo deja una puerta abierta al concepto, explorando nuevas formas de expresión. De este modo nos encontramos con diversas formas de creación, quedando todas perfectamente conectadas en torno al eje vertebrador de la muestra. El toro, como figura solitaria con mirada penetrante, nos hace recordar los antiguos retratos de personajes ilustres. Un retrato que no cae en lo anecdótico ni costumbrista, sino que nos ofrece una perspectiva cargada de individualismos, en la cual el toro es centro absoluto del mismo. Su cabeza se convierte en rostro, donde sus intensos ojos parecen hablarnos de su historia, de su vida y de su muerte. Un alegato claro a la cultura que envuelve al mundo del toro de lidia en forma de arte. La línea que define la figura del animal, así como la trazada por su movimiento, van recorriendo cada tabla, cada escultura, esmalte o grabado. El color negro inunda la mayor parte de la exposición, haciéndonos recordar los versos de Miguel Hernández: “Como el toro, he nacido para el luto”.

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